Para explicar por qué la forma en que respiramos impacta la Bioquímica de todo nuestro cuerpo, tenemos que mirar un poco de ciencia. Ahora, agárrate el sombrero, porque nos pondremos un poco técnicos aquí, pero esto te ayudará a juntar todas las piezas y a entender mejor la responsabilidad que implica respirar.
En términos populares, la respiración es el proceso de inhalar oxígeno (O2) y exhalar dióxido de carbono (CO2). Pero este proceso – indispensable para la vida de seres aeróbicos como tú o como yo – que consiste en un intercambio de gases, es mucho más complejo que esto.
En realidad, respirar es un proceso automático, natural y espontáneo, por el cual tus células usan oxígeno para producir la energía que todo tu cuerpo y organismo necesitan para poder funcionar. La respiración celular es cómo creamos energía dentro de nuestras células y nuestro cuerpo.
O sea, la respiración es un proceso que ocurre a nivel celular, es el intercambio de gases entre la sangre – más precisamente la hemoglobina – y las células del cuerpo. Sí… ¡Las células respiran!… Y cada una de las billones de células que componen tu cuerpo, lo hace. Cuando inhalas y exhalas, estás activando un mecanismo que se llama ventilación.
A la ventilación se le llama popularmente respiración. Este no es un uso preciso de la palabra, aunque ventilar es parte del proceso de la respiración, pero es solo la forma como dejas entrar y salir el aire de tu cuerpo, lo que permite el intercambio de gases entre el aire y la sangre.
Y la forma como ventilas es el principal y primer factor que afecta tu bioquímica, el PH de tu cuerpo, y si lo haces disfuncionalmente, produces alcalosis o acidosis respiratoria, es decir, rompes de manera inconsciente el equilibrio original y natural de tu organismo, afectando todo tu metabolismo. Y aquí es donde el Dióxido de Carbono (CO2) empieza a ser una ficha clave.
Uno de los mitos o paradigmas de la respiración más establecidos en la mente de la mayoría de personas, inclusive dentro de los profesionales de la salud, es que el CO2 es un gas residual o de desecho y que es además tóxico. Mejor dicho, que el héroe de la película es el oxígeno y el villano el dióxido de carbono. Pero no es así.
Uno de los mitos o paradigmas de la respiración más establecidos en la mente de la mayoría de personas, inclusive dentro de los profesionales de la salud, es que el CO2 es un gas residual o de desecho y que es además tóxico. Mejor dicho, que el héroe de la película es el oxígeno y el villano el dióxido de carbono. Pero no es así.
En 1904, el bioquímico danés Christian Bohr, padre del premio nobel de física Neals Bohr, descubrió que el dióxido de carbono cumple un papel fundamental en el organismo, pues es el que permite la entrega o la liberación de oxígeno a las células y a los tejidos.
El oxígeno es transportado por todo el cuerpo en la hemoglobina de los glóbulos rojos. Bohr descubrió que el dióxido de carbono actúa como catalizador para que la hemoglobina libere su carga de oxígeno para que la use el cuerpo. Esto se conoce como EL EFECTO BOHR.
El CO2 determina la biodisponibilidad de oxígeno para los tejidos y las células. El oxígeno es el principal nutriente requerido por todas las células del cuerpo, pero sin CO2, los tejidos se verían privados de oxígeno, incluso habiendo oxígeno disponible en la sangre.
En otras palabras, el CO2 no es solo un gas residual o de desecho, cumple un papel fundamental en el proceso de la respiración y en múltiples procesos en el cuerpo. (Por ejemplo, es un potente vasodilatador, influye sobre todo el sistema de vasos sanguíneos y en la regulación de la presión arterial.)
Cuando los niveles de CO2 en la sangre son bajos, el vínculo entre el O2 y la hemoglobina aumenta, lo que impide la entrega del oxígeno. Esto significa que sin niveles adecuados de Dióxido de Carbono, lo que hacemos es llevar de paseo el Oxígeno a través del cuerpo sin que este pueda ser entregado o liberado en las células o tejidos que lo requieren, lo que conduce a una mala oxigenación del organismo.
Cuando exhalamos, eliminamos CO2 como producto de desecho, o sea, el excedente. Pero si respiramos demasiado rápido o con demasiada frecuencia, los niveles de CO2 en la sangre caen y causan un desequilibrio en la química corporal.
El CO2 equilibra nuestra química sanguínea. Y este delicado equilibrio de sangre y niveles de pH en nuestro organismo, afecta a todas las funciones importantes del cuerpo. Cuando cambias tu pauta respiratoria, rompes este equilibrio. Para muchas personas, el resultado es una amplia gama de síntomas, conocidos colectivamente como síndrome de Hiperventilación.
O sea, cuando respiramos más de lo que nuestro metabolismo requiere en el momento, generamos un desequilibrio en la química de nuestra sangre y el oxígeno no puede llegar a los tejidos y células que lo necesitan. Por eso, mantener un pH sanguíneo saludable y en equilibrio es esencial para la buena salud.
La ciencia moderna sugiere que la sensibilidad del cuerpo al dióxido de carbono juega un papel importante en la respiración disfuncional. El CO2 es el principal y primer activador del impulso de respirar. Al contrario de lo que popularmente se cree, cuando sentimos la necesidad de inhalar no es porque nos esté faltando oxígeno, que generalmente se mantiene en unos niveles constantes (salvo que estés gravemente enfermo o a más de 2.500 metros de altitud).
¿Qué es lo que realmente ocurre?
Cuando los niveles de Dióxido de Carbono se elevan, el centro del control de la respiración ubicado en el tallo cerebral, en la parte más primitiva del cerebro, envía impulsos a través del nervio frénico al diafragma y a los músculos intercostales, produciendo el reflejo involuntario de inhalar.
Cuando este centro de control respiratorio y los sensores llamados quimiorreceptores, que se encuentran alrededor del cuerpo, se vuelven demasiado sensibles al CO2, las pautas o patrones respiratorios se ven afectados a medida que aumentan y disminuyen las concentraciones de Dióxido de Carbono en el torrente sanguíneo, lo que termina produciendo una alta “respuesta ventilatoria” a cualquier incremento de los niveles de CO2 en la sangre, dificultando el control de la respiración.
¿Qué hace que desarrolles esa hipersensibilidad al CO2?
Mientras que la respiración sucede como un reflejo del tallo cerebral, podemos manipular y cambiar nuestra inhalación y nuestra exhalación, o sea, nuestra ventilación, y respirar de forma adecuada o totalmente disfuncional.
Lo que llamamos disfuncional en nuestros hábitos de respiración, es que has aprendido o cogido o el hábito de interferir con tu respiración natural. Y esto ocurre, generalmente de forma inconsciente, a causa de reacciones o miedos adquiridos en la primera infancia debido al condicionamiento familiar, social y cultural o por episodios o experiencias traumáticas vividas en cualquier momento de la vida.
Entonces, las personas que son muy sensibles al CO2 tienden a respirar más rápido de lo normal, a menudo desde la parte superior del pecho. Por el contrario, las personas que han desarrollado un umbral de tolerancia más alto y son menos sensibles al CO2 generalmente respiran de manera tranquila y saludable.
La respiración permanece relativamente sutil tanto en estado de reposo y al dormir, como durante períodos de ejercicio intensos y prolongados. Una menor sensibilidad al CO2 es beneficiosa tanto para el rendimiento deportivo como para el bienestar general.
¿Qué influye en la frecuencia respiratoria?
Nuestro cerebro. Si el cerebro percibe una amenaza, desencadena una respuesta al estrés y nuestra respiración aumentará para adaptarse. Los quimiorreceptores alrededor del cuerpo alertan a nuestro cerebro sobre los niveles de O2 y CO2. Nuestra necesidad de respirar está determinada por lo que nuestro cuerpo hace. Entonces, cuando estamos más activos, necesitamos respirar más.
Pero las amenazas psicológicas o imaginarias, como por ejemplo, la presión financiera, los problemas de pareja o el estrés laboral o cualquier tipo de miedo adquirido, también pueden desencadenar la misma respuesta en el cuerpo, así estés en estado de reposo, generando una avalancha de sustancias químicas del estrés que nos pone en modo acción o de supervivencia, o sea, nos deja listos para luchar o huir.
Cómo nuestro cerebro no distingue entre lo que imaginamos o pensamos y la realidad, cada que piensas o te imaginas que hay un “problema”, desencadenas las mismas reacciones bioquímicas en tu cuerpo. Es algo con lo que lidiamos una y otra vez cada día. Así es como el estrés psicológico hace mella en el cuerpo.
Existe un vínculo claro entre lo que pensamos y el efecto que tiene sobre el cuerpo. En nuestro entrenamiento de Respiración Funcional, aprendes y comprendes en profundidad cómo tus pensamientos y emociones influyen en tu respiración y en tu cerebro.
Los eventos de la vida diaria también pueden afectar la respiración y convertirse en desencadenantes del síndrome de hiperventilación. Tener un bebé, mudarse de casa, perder un trabajo, un divorcio o separación, el dolor y la enfermedad pueden disparar las áreas emocionales de nuestro cerebro que hacen que nuestro cuerpo respire más.
Inclusive en las mujeres, su respiración y su tolerancia al CO2, se ve afectada por los cambios hormonales de su ciclo menstrual, por ejemplo, en la fase lútea, más o menos entre el día 10 y el 22, aumentan los niveles de progesterona. Esta hormona estimula la frecuencia respiratoria, lo que significa que, en esta fase del ciclo, los niveles de CO2 descienden alrededor de un 25%. Cuando los niveles de CO2 ya son bajos, cualquier estrés adicional puede hacer que la respiración se acelere aún más, y esto crea una variedad de síntomas que comúnmente se conocen como síndrome premenstrual.
Estrés e Hiperventilación
Si adquirimos un mal hábito de respiración, nuestro sistema de alarma interno se reinicia constantemente, se atasca, y entonces una mala respiración se convierte en la norma. Con el tiempo, esto afecta al cuerpo de muchas maneras, incluido el equilibrio químico de la sangre, las funciones del cerebro y el sistema nervioso, generando tensión crónica en los músculos.
Podemos quedarnos atrapados así en una espiral descendente y esto puede llevarnos a sufrir muchas de las condiciones comunes relacionadas con el estilo de vida actual. Estas condiciones se conocen comúnmente como estrés, depresión, ansiedad, insomnio, obesidad, hipertensión arterial, por nombrar solo algunas.
Síntomas de una mala respiración
- Dolores de cabeza o migrañas
- Ansiedad
- Dolor de mandíbula y oídos
- Bruxismo
- Falta de concentración
- Transpiración
- Palpitaciones o dolor en el pecho
- Alergias
- Colon irritable
- Visión borrosa
- Dolor de cuello
- Irritabilidad
- Pérdida de equilibrio
- Desmayos
- Desaliento
- Fatiga
- Problemas digestivos
- Sensación de sofoco
- Hormigueo en los dedos
- Manos y pies fríos
- Dolor en las piernas
- Tensión muscular
- Dolor de espalda (baja y alta)
- Aumento de la sensibilidad al dolor.
- Falta de oxígeno (bostezar / suspirar)
- Sensación de falta de aire
- Ataques de pánico
Pero nuestros cuerpos son increíblemente resistentes, y pueden volver a su condición normal, con ayuda de la respiración. La reeducación y el reentrenamiento respiratorio pueden revertir dramáticamente el impacto negativo del estrés y traerte de nuevo a la zona de calma y tranquilidad. Al recuperar los niveles normales de CO2 tu cuerpo volverá de nuevo a la calma.
Para abordar este desafío de una manera alternativa y práctica, las sencillas técnicas que se ofrecen en nuestro entrenamiento de Respiración Funcional, están diseñadas para reducir la respuesta ventilatoria del cuerpo a la acumulación de CO2.
A medida que aumentas tu puntaje BOLT (el tiempo cómodo de apnea), tu sensibilidad al CO2 disminuye. Aprenderás también muchos consejos y trucos a lo largo de todos nuestros entrenamientos, que le permitirán a tu sistema nervioso recuperar el equilibrio perdido.
No es difícil volver a entrenar el cuerpo, pero requiere tiempo, conciencia y práctica. Cuando respiras bien todo es mejor. Pruébalo y verás cómo notas una enorme mejoría en tu forma de pensar, dormir, moverte y sobre todo, de sentirte.